El frÃo a primera hora era considerable y siempre salÃa tiritando de mi saquito, el saco de verdad lo habÃa dejado en Madrid ya que abulta bastante. Asà pasó que con el saco pasé algo de frÃo las noches que no nos cubrÃa nada a parte del cielo raso.
Pelu y yo movimos los coches hasta el final de etapa, allà dejábamos uno de ellos volvÃamos y comenzábamos a andar. Al final de la etapa tendrÃamos que hacer cada dÃa lo inverso, ir a por el coche que se habÃa quedado al inicio de la etapa. Con lo que recorrÃamos 4 veces la etapa, eso si por carretera y en un media hora.
En esta etapa y en kilómetro 100 para Santiago se para todo el mundo y se hace una foto en el mojón indicativo.
En PortomarÃn cruzamos el rÃo Miño por el puente tan caracterÃstico. Eran mas o menos las 15:30 de la tarde. Y es aquà cuando tuvimos una recompensa por lo realizado, una piscina de agua azul y prácticamente vacÃa. Nos bañamos, comimos, nos volvimos a bañar y nos fuimos a dar una vuelta por el pueblo hasta que dieron las 20:30. Es a esa hora donde asistimos a misa. Y es en el primer banco de la iglesia donde Chema se dejó olvidada la crema para el cuidado de su piel que habÃa ido a comprar. Lo recordarÃa amenudo, pero no le hizo ninguna falta.
Cenamos en el parque de PortomarÃn un arroz con cosas, las cosas no eran del agrado de todos con que las tuvimos que cocinar el arroz a palo seco y luego añadir cada uno a su gusto. Un consejo, no rechacéis comida en una aventurilla como esta.
La noche la pasamos debajo del quiosco de la música situado en el mismo parque. Menos mal que no elegimos la hierba ya que saltaron los aspersores de madrugada, y hubiera sido el espectáculo.
Aquella noche la recordaremos como la mejor de todas, nada de frÃo y dormimos de un tirón.
Allà comenzaba una leyenda, Chema que decÃa que era del mismo Bilbao se hacÃa las etapas por la noche para reconocer el terreno. Nosotros le dábamos la razón.